¡Qué alegre canta el aire pajaril!,
¡qué otoño de eslabones!, ¡qué enemigo
te pide de comer, como un mendigo,
¡Qué cálida emboscada, y qué febril,
te tiende el corazón bajo el ombligo!,
¡qué claro observador es el testigo
del ático del cielo de marfil!
¡Qué lírico entusiasmo, qué hermosura
al oro de la carne te convida!
Sucumbes al placer de su textura.
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