La unidad de la carne se
estremece
antes de atravesar el humo
negro.
Tu amenaza, otra vez, me
zarandea
y elevas, Ansiedad, una
inquietud
helada y definida.
Detente. No me mires con tus
ojos,
pues soy bastante más de lo
que ves:
conozco los secretos de la luz
de una canción eterna e
imprescindible
y llevo oculto un mar de
escalofríos
debajo de la piel que me
protege
mientras trenzo prodigios de
la nada.
Soy fuerte, mucho más fuerte
que tú
y sé que, tras las crisis, hay
belleza.
Prefiero ver lo bueno de las cosas:
el gesto de quien ríe mientras
sana
después de haber luchado
contra el miedo
y cuelga un nuevo sol entre
las nubes.
Aléjate de mí. No vuelvas más,
que amo a mi otro yo, de carne
y sueños,
un cúmulo de ráfagas e
instantes,
aquella que se alarga en el
poema
cuando del hondo infierno se
levanta
desde una doble y misma
perspectiva
para llegar a ser, sin duda
alguna,
un corazón en paz, valiente y
libre.
Aquí, con mi verdad, estás de
sobra.
“Estrés” y “Sobresalto” se
deshacen
mientras noto que el pánico
decrece.
Me alejo de un capítulo
difícil
y, desde el fondo de mi alma,
canto.
Liberada del ti, me siento
viva.
Ante el brillo de un nuevo
amanecer
donde me abrazo, alegre, a la esperanza,
el cielo, mansamente, me
sonríe.
Rosales



