Busqué serenidad, por entusiasta,
debajo del sofá y en la tarima.
Volar del daño al susto me desgasta.
Estar desubicada no me anima.
Busqué la calma haciendo malabares,
llegué hasta el infinito con el coche,
bajé constelaciones a los mares
abriéndole las venas a la noche.
Después de regresar a mi pellejo,
de ser el microcosmos de una ola,
le dije a la silueta del espejo:
hallé tranquilidad estando sola,
llevé a todas mis bestias a un recinto,
se fueron destruyendo, una a una.
La paz hizo habitable el laberinto.
Murieron los demonios por hambruna.
Rosales
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