Estoy en mi papel -en modo atlántica-
tras un gesto lejano y analítico.
Le presto una neurona a la semántica
por encajar el pensamiento crítico.
El murmullo es un leve neuroléptico,
la sala es desabrida y antiestética,
un búnker, un hotel de blanco aséptico
en una dimensión peripatética.
El ritmo de los turnos es diabólico,
y el tiempo, dilatado e hiperbólico,
porque exploran un ojo desde el húmero.
Aguanto un poco así, fina y esdrújula,
y mi intuición, improvisada brújula,
se gira a pantalla. Ese es mi número.
Rosales
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