Humana y soñadora, piel de tierra
-quien no quiso seguir ninguna pauta-,
me desgasté en librar mi propia guerra
al entregarle el alma a un aeronauta.
Aunque el vértigo es algo que me aterra,
salté como una tonta y una incauta,
pero breve voló desde la sierra
mi frágil corazón de perroflauta,
pues se estrelló más rápido que tarde,
con el trauma de un músculo que arde,
abandonado y trágico y extraño.
Cuando a veces la pena se me pasa,
le pido al cielo que le traiga a casa
en este gusto mío por el daño.
Rosales
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