El alma en la maleta, el pasaporte,
las ganas de aventura a toda prisa;
con botas, pantalón, una camisa,
y el flequillo a lo loco de un mal corte.
Me ajusto al raro medio de transporte,
a la cápsula lúcida y precisa,
y esbozo al elevarme una sonrisa;
atrás no dejo nada que me importe.
Quedarse es otra muerte, un sinsentido.
Conmigo hablo de mí, durante el vuelo,
de que, antes del final, ya me había ido.
Mi corazón, un témpano de hielo,
renueva su energía y su vestido
cuando aterriza en la estación del cielo.
Rosales
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