Ayer la vi, con su presencia hermosa,
un exceso de luz despampanante.
¡Qué espectáculo fue!, ¡qué fascinante!,
¡qué perfume de árboles!, ¡qué cosa!
Posó sobre mi piel los dulces ojos
y me sentí al instante atravesada
por una deliciosa y rica espada,
con sus pupilas de diamantes rojos.
Era un bello jardín lleno de flores,
la alegría que habita en la tristeza,
la encarnación de toda la belleza
y una mezcla explosiva de colores.
Cuando estuvo a mi lado, hablaba en verso,
y la música leve de sus labios
me enamoró con sus consejos sabios
y su metro y su rima y su universo.
Me estremeció su corazón ardiente,
¡qué suave maravilla!, ¡qué criatura!,
le dije que la amaba con locura
y me besó una vez sobre la frente.
Todavía parece que la escucho
-a mi único amor, la poesía-
despedirse de mí mientras decía:
te cuidas, por favor. Te quiero mucho.
Rosales
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