Estaba sola cuando se acercó a saludarme.
Nos dimos un beso en
la mejilla,
frío como la muerte,
y fingí no recordar su
nombre.
Sus ojos buscaron, en la profundidad impasible de los míos,
un pequeño signo de venganza residual.
No encontró ninguna prueba que me delatara.
Al fin y al cabo,
fue él quien decidió tener en mi vida
una participación pasajera.
Rosales
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