Pienso en ello con frecuencia,
pero no como la que echa de menos algún buen rato
o se enfurece por haber estado ciega,
sino, más bien, como quien ha escapado del desierto pedregoso
de una enfermedad incurable.
Ahora,
en este limbo existencial,
donde el pulso me dirige a ningún lado,
creo que,
de todas las muertes que he vivido,
esta es la mejor.
Rosales
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