Por las
ásperas cumbres del lejano Himalaya,
se
adivina el tejido de la cota de malla
del
ilustre guerrero de la fiera legión.
Le
acompañan mil fieles en el gélido trecho
a luchar
contra el reino del amor de su pecho,
pues la
joven princesa le robó el corazón.
Ha
cruzado la estepa desde Europa hasta Oriente,
custodiado
por hombres de la estirpe valiente
que se
enfrenta sin miedo al destino final.
Encamina
el acero de su noble armadura
hacia el
épico trance de la muerte segura
mientras
oye los ecos del augurio letal.
La
princesa malvada de las alas de fuego
quiere
verlo abatido cuando acaben el juego
y prepara
sus huestes para el turbio festín.
Ha
sembrado con armas el bastión de su corte
porque
nunca ha querido ser su esposa consorte
y
prefiere los brazos de un siniestro Delfín.
Ella
tiene las llamas del infierno en los ojos,
besa al
príncipe osado con sus pétalos rojos
y
sentencia el encuentro tras palabras de hiel.
Él
sucumbe ante el gesto de su infame belleza
y se
ofrece a la muerte por perder la cabeza
cuando
intuye en las sombras una daga en la piel.
Bajo el
pérfido aliento de la aurora plomiza,
se
fragmenta en el suelo de cristal y ceniza
el valor
del escudo de la excelsa virtud.
¡No la
temen las tropas! ¡No se acaba la guerra!
Volverán
los combates a la inhóspita tierra
por
vengar la memoria de su amado ataúd.
Rosales
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