Yo me
drogo. Me meto por las venas
el
doliente dulzor que me domina
y, en la
sangre, se mezcla con mis penas
un veneno
mejor que la heroína.
Me
intoxico. Lo tomo a manos llenas.
El
lirismo apremiante difumina
cada
insípido rastro en las escenas
del
monótono afán de mi rutina.
Y
confieso que avanzo como loca,
concebir
un poema me “coloca”
aunque
deje un desastre en el cuaderno.
Por
lograr la fatal metamorfosis,
insisto
en aumentar la enorme dosis
y escribo
desde el fondo del infierno.
Rosales
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