A veces llego tarde a
las miradas,
pues caigo en el
ensueño del letargo.
Es vago el firmamento
gris, amargo,
y allí soy agua
fresca en las cascadas.
Me dejan de importar
las dobles nadas
y es leve el blog de
historia con que cargo.
Congenio con el
duende carilargo.
Me miro en las
pupilas de las hadas.
Después, cuando
retorno y me despierto,
la tarde es una
escena cada día
donde emerge otra yo
de lo profundo,
un tenue resplandor a
campo abierto,
la cuota necesaria de
osadía
para aguantar la cara
"be" del mundo.
Rosales
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