La tarde en que dispuse conocerte,
sufrías en el negro pesimismo:
estabas asomándote al abismo
del lúgubre paraje de la muerte.
Temblaban, al cuidarte, hasta mis dedos
tras ir a por morfina a la farmacia,
el tóxico paliaba tu desgracia
y el cáncer avanzaba entre los miedos.
Frenó, la terapeútica agresiva,
el mal que te mataba de dolor,
vivimos el regalo del amor
creyendo en tu salud definitiva.
Los fármacos inútiles y flojos
ahora nos acercan la sentencia;
la última visión de tu existencia
será la perspectiva de mis ojos.
Rosales
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