“ Yo quiero ser llorando el hortelano
de la tierra que ocupas y estercolas,
compañero del alma, tan temprano”
Quiero ser el guardián de cabecera
que proteja tu carne del granito
porque el brusco dolor me desespera;
el arcángel tenaz del monolito
donde cubre la tierra tu mortaja
y solloza de pena el infinito.
En la noche plomiza y cabizbaja,
de alfileres se tornan mis pulmones
cuando intuyo tus huesos en la caja.
Por mi rostro diluvia a borbotones
y en el éter también lloran las luces,
pues la muerte te deja hecho jirones
en el páramo negro de las cruces.
Un destello letal, un haz crispado,
un arisco relámpago asesino
descompone tu pecho atravesado.
El eléctrico rayo repentino
pulveriza la piel de tu esqueleto
tras la oscura sentencia del destino.
Te vislumbro en el túmulo discreto
con la cáscara rota en dos mitades
y el sudario ceñido al tronco escueto.
De la muerte, aborrezco las maldades
que sepultan tu polvo en el conjunto
donde habitan eternas soledades
y descansa el aliento del difunto.
Cercena la hinchazón del desvarío
y surge de mi estómago doliente
el llanto más amargo y más sombrío.
Tras la angustia ruidosa de la mente,
me pregunto el porqué de tanta ausencia
y no logro respuesta aunque lo intente.
¡Cuánto añoro gozar de tu presencia!,
¡cómo llega la muerte cuando toca
a llevarte a la fosa sin clemencia!
Tu sepelio precoz me descoloca
y ensombrece mi furia de misterio,
pues me salen las ansias por la boca
al quererte arrancar del cementerio.
Quiero que mi tormento te despierte,
que retorne el calor a la miseria
para resucitarte de la muerte
y, en el lecho profundo de la arteria,
se emborrache la sangre de futuro
cuando el ánima vuelva a tu materia.
A tenderte la mano, me apresuro,
y a llevarte en mis brazos a la vida
tras borrar el contorno de lo oscuro.
Estará tu carcasa protegida
y los males serán solo reflejos;
te dará el porvenir la bienvenida
y podremos los dos hacernos viejos.
y se esmalten tus ojos de alegría,
volveremos de nuevo al instituto.
Volveremos, amigo, cada día
a la clase de muros sonorosos
que septiembre engalana todavía.
Y serán nuestros sueños luminosos
aunque llueva detrás de la ventana
porque suden los vidrios lacrimosos.
Gritará en el pasillo la campana
con su tono estridente, rudo y alto;
cerraremos la puerta hasta mañana
y podremos flotar sobre el asfalto,
pues tendrá nuestro dorso un par de alas
con espeso plumaje de colores
para sobrevolar las rachas malas.
Para ver desde arriba los dolores
y cambiar el final de nuestra historia
escribiendo capítulos mejores.
Las dos almas irán hacia la gloria
a mecerse en la luz de las centellas
cuando extiendan su blanca trayectoria.
Un recuerdo fugaz serán las huellas
que pisaban antaño a ras del suelo;
brillarán con más lumbre las estrellas
al volver a encontrarnos en el cielo.
Rosales
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