No me escondo de ti ni me fatiga
amarte, Soledad, cuando te encuentro,
porque abundo en la paz y me concentro
tras el ángulo oscuro del papel.
Acércate a los bordes de mi mundo
y deja que el silencio me conquiste
mientras siento que aflora el verso triste
a través de los poros de la piel.
Y cúbreme de lírica ternura
para tocar la gloria con los dedos;
aleja, Soledad, mis falsos miedos
del implacable escrito turbador.
Te quiero, Soledad, y tú lo sabes.
Me acoges en el cálido regazo
donde calmas las dudas y me abrazo
a la forma invisible del amor.
Rosales
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