El cielo sabe a lágrimas de perro,
donde rompió la luz hay dos extraños,
el sueño en el cadáver va a su entierro,
mis pájaros se han vuelto más huraños.
A veces sintonizo tu frecuencia
-es lo que tiene hablarte por costumbre-,
discutimos ausencia contra ausencia,
acabo ganadora en pesadumbre.
El abismo me crece hasta la nuca,
recuerdo en esta atmósfera caduca
cuáles son los efectos cada día:
andar un tiempo con el alma en vilo,
perder la ubicación, colgar de un hilo,
y seguir aguardando la utopía.
Rosales
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