Llega el murmullo de un rubor callado,
una humedad colérica y urgente.
Se abre la flor henchida, mansamente,
en el jardín profundo y delicado.
.
Sube el ardor de un juego acompasado,
una delicia rítmica y latente,
hasta rozar la curva recurrente
del corazón del cielo deseado.
Tiembla la carne, rompe el infinito,
se deshace en el piélago exquisito
cuando acaba la guerra en el empate.
Vuelve el aliento al vértice del pecho
y, en la sábana trémula del lecho,
se celebra la fiesta del combate.
Rosales
No hay comentarios:
Publicar un comentario